sábado, enero 07, 2006

TRAINSPOTTING


Llámese así al absurdo pasatiempo consistente en anotar los horarios de los trenes al pasar. Hobby un tanto extraño puesto de moda por Irvine Welsh en su apabullante novela de idéntico nombre y conocida por los no-lectores por su polémica adaptación cinematográfica en la que un grupo de yonkis de Edimburgo juegan a malgastar sus vidas viendo las oportunidades pasar, hasta que uno de ellos mas espabilado ve finalmente una bien grandota y decide subirse a ella en marcha.
Toda una metáfora sobre la vida, que no es más que la sucesión de cientos de trenes pasando por delante de cada uno a velocidades de vértigo.
Casualmente en uno de esos trenes me encontraba yo...
Para mí el deambular por los pasillos de un tren con destino hacia Cádiz o Barcelona, se estaba convirtiendo en algo bastante habitual y por lo tanto aburrido. La única diversión me la proporcionaba a veces la compañía casual de algunos de mis compañeros de compartimento que con suerte eran lo bastante alcohólicos como para regalar con unas cervezas y conversación a un pobre estudiante como yo. A veces gente y conversaciones interesantes, como con aquel gitano de Tarragona con el que me fumé mi primer mai que venía del entierro de su madre, o aquel chaval viñero hasta la medula que se iba a Tolouse por primera vez de erasmus sin saber la que se le venía encima con los coches ardiendo por su barrio. A todos ellos les deseo lo mejor aunque no puedan leerlo.
Como a veces también se daba el caso contrario, en esta ocasión había sido previsor y al igual que los chicos de la novela antes citada tenía decidido alegrarme el viajecito con algunos estímulos. Así que allí andaba yo por la mañana con una sonrisa en forma de M en la cara viendo al último de los pasajeros apearse del coche cama, un progre catalán de coleta y gafas con familia en el Puerto de Santa María. Yo le despedía con mi risa boba mientras de paso echaba un vistazo a los compartimentos de alrededor para ver si quedaba alguien.
Una de las mejores ventajas de bajar hacia Cádiz en vagón cama solían ser esa últimas paradas en las que tenías la suerte de tener todo el compartimento para ti, así que con la tontería decidí hacerme un porrete de una yerbita muy rica que había ligado en Barna antes de venir.
Estaba yo sumido en la espesa niebla verde de mi compartimento cuando de repente se abrió la puerta y asomó el revisor que me había pedido los billetes la noche anterior y comenzó a llamarme la atención argumentando que desde el pasillo parecía que se estaba quemando algo ya que no había ventilación. Me recomendó que mejor usase la vieja táctica de fumármelo en el lavabo, todo esto muy educado y sin mencionar ni una sola vez la palabra porro ni nada parecido, acto seguido cogió y se fue...
Aún le daba vueltas en la cabeza a si debía apagar el porro o no cuando hizo su entrada el segundo de los revisores, que se me quedó mirando con cara de pasmado y empezó a soltarme el mismo rollo que su compañero y con el mismo tacto cogió, luego se marchó tan rápido como vino.
La paranoia se adueñó de mí y comence a imaginarme apeándome en la estación de Cádiz con dos policías esperando junto a mi abuela que se había ofrecido a recogerme. Decidí apagar el medio porro que me quedaba en el lavabo del compartimento y comenzar a pensar como escapar de aquel tren en marcha.
Y mientras le daba vueltas a mi cabeza se abrió la puerta y allí estaban de nuevo juntos los dos revisores. Se apresuraron a entrar ambos en el compartimento y uno de ellos me preguntó si tenía marihuana para vender. La cara se me quedó de piedra y ante el temor de una posible extorsión decidí no sacar la bolsita y les ofrecí el medio porro apagado que tenía apalancado debajo del asiento.
Así que entre coñas y risas sobre anécdotas parecidas de su profesión nos lo fumamos allí los tres...
Cuando baje del tren desde dos vagones mas lejos del que estaba tan solo estaba allí mi abuela con lágrimas en los ojos, lo que me hizo suspirar de alivio momentáneamente. Me entró menos gracia fue cuando me dijo de tomarnos un desayuno juntos en el café de la estación cuando lo que mas quería del mundo en esos momentos era salir de ella cuanto antes.
Así que ahí estabamos, tomándome un bollicao y un cafelete charlando con mi abuela mientras los revisores del tren en el que yo venía desayunaban a pocos metros mía probablemente hablando del pestazo a yerbacana que se había quedado impregnado en el vagón numero 6.
Me despedí con una sonrisa de los dos que ya conocía y tras pagar a toda prisa salí pitando de la cafetería. A fín de cuentas ellos habían sido tan culpables como yo, así que el secreto era compartido.
Por cierto me volví a cruzar con uno de ellos a la vuelta a Barcelona, pero eso es otra historia de fumetas en otro tren, cosas de la vida...
Atentamente: El octavo pasajero

2 comentarios:

Sr.Plástiko dijo...

Si, hay mucha letra y ningun link, lo siento pero tenia ganas de escribir.

Sr.Plástiko dijo...

MMMMM... Yo no dejaría mi vida laboral en manos d un tipo tan despistado. Un pedazo de beso y gracias por dejar tus saludos en mi micromundo.

PD: Illa a ve si escribes en tu blog ome, k lo tienes muerto risa y yo me paso a visitarlo.